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"Piratería mediterránea", por Josep Puchades

Mucho tiempo ha pasado ya desde los días del descubrimiento, por parte de los españoles, del nuevo mundo, la conquista de las nuevas tierras y el saqueo de todas sus riquezas. La Armada española surcaba los mares transportando los valiosísimos productos que extraían hacia España. Entre otros,Sir Francis Drake, famoso corsario al servicio de Su Majestad la Reina de Inglaterra, que atacaba en beneficio propio únicamente a los enemigos de su pais -por aquel entonces los españoles-, que venían con las bodegas de sus barcos cargadas de oro y piedras preciosas, procedentes del nuevo mundo, pues apresaba para sí el botín que contenían los barcos que asaltaba.

Ha quedado una merecida mala imagen y fama para aquellos aguerridos navegantes, lobos de mar que se jugaban la vida en nombre de su Reina a cambio de riquezas o de títulos nobiliarios, tildados de avaros, sanguinarios y otras lindezas.

Pero nada en la vida es grande, pequeño, buen, malo, feo o bonito, si no se compara con otra cosa, y aunque las comparaciones son odiosas, también son necesarias, sobre todo si queremos hacernos una idea aproximada de las proporciones de algunos actos. Y en lo que se refiere a la piratería, los peores bucaneros son aquellos que jamás han disparado un cañón, pero que han metido la mano incesantemente en el cofre del tesoro, el cofre que se ha llenado con el esfuerzo de los españoles y que ha pasado a ser el medio de subsistencia y desmedido derroche de unos cuantos capitanes de garfio en la mano y pata de palo, algunos arrastrando casi mil loros en su hombro para su asesoramiento, y que han prescindido del parche en el ojo para no ver mermada su visión en profundidad a la hora de introducir la mano en el cofre.

Así pues, el codiciado oro español, desperdiciado en sinsentidos y actos de autosatisfacción por el mayor pirata de agua dulce jamás conocido, el gran ZP y su séquito de bucaneros desalmados, es perseguido incesantemente por quienes no dudan en apretar el cerco a los negocios que todavía permanecen a flote y a sus honrados capitanes, en su mayoría al borde de la quiebra, con el único fin de apresar el oro de sus bodegas, aunque ello suponga un naufragio irremediable, para con ello mantenerse al frente del navío de rumbo errático que capitanea.

En su afan por servir a su "Reina", Su Majestad el Nazionalismo, no ha dudado un segundo en coartar las libertades de los españoles, se ha arrodillado ante los nazionalistas sin el más mínimo rubor, se ha encamado con los terroristas en acto de libidinosa sumisión, postrándose a cuatro patas para así facilitarles la entrada por retaguardia, destrozando España en favor de los más radicales enemigos que la atacan sin piedad, en busca de una independencia soñada por algunos impresentables de medio pelo.

Pero éste no es ni mucho menos el único pirata famoso, que va, en Valencia sufrimos el azote de otro tipo de piratas, aquellos que, no sólo expolian el cofre del tesoro, derrochándolo en gilipuerteces varias, nada de eso. Además del consabido despilfarro y sometimiento, se han atrevido con la prácticas más bajas, llegando inclusive a dedicarse a la trata de esclavos, vendiendo a los valencianos a Cataluña como mercancía caducada, a un precio irrisorio, sin el menor escrúpulo, han obrado como expoliadores de toda una cultura, de una identidad milenaria, y todo por meros intereses personales, obrando la más grande traición que se puede realizar a un pueblo.

Y luego están aquellos que han pasado demasiado tiempo tirando de la botella de ron, un ejemplo claro lo tenemos en ese agresor que ha cruzado los mares hasta adentrarse en los dominios de otros piratas, Juan Lapuerta, recibido a cañonazos por aquellos que no se someten a los designios de los mangantes que juegan con nuestro futuro, ese borracho de autoestima (y otros líquidos) se presentó en Valencia, con actitud prepotente, y fue duramente rechazado por un pueblo que todavía no se ha sometido y que busca recobrar el esplendor que antaño poseía.

Así que, si comparamos a los antiguos corsarios con los modernos bucaneros, la verdad, no me parecen tan despiadados como los pintan los libros de Historia, al lado de los modernos, los antiguos pierden mucho, y el mar Caribe parece una paradisíaca playita comparado con el Mediterráneo azotado por los incontables marineros de agua dulce que copan nuestras costas.

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