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"No lo reduzcamos todo a un éxito deportivo", por Josep Puchades


No quepo en mi de pura estupefacción: asisto a una histeria colectiva, desatada a raíz del triunfo de la selección española de fútbol. No digo que el hecho no merezca una celebración, es un hito en la história del fútbol español y como tal debe ser tratado, pero héme aquí, sentado en la barra del bar del pueblo, gozando de la alegría de mis conciudadanos, cuando me doy cuenta de que ya nada importa, todo son risas y vítores a un jugador, un equipo o a las dos cosas.

Con la cabeza fría y sin el clamor popular rugiendo en mi cabeza (he de decir que a mi el fútbol me trae sin cuidado), pienso en la gente que a diario se ve abocada irremisiblemente a las listas de desempleados que, hoy por hoy, copan el INEM y son el problema más acuciante al que hay que hacer frente desde todos lo ámbitos, y sólo veo la repetición de la jugada del gol de la victoria, lógicamente se me revuelve la conciencia al ver que nuestro futuro a corto plazo queda eclipsado por algo nimio y falto de interés en lo que se refiere a nuestro propio bienestar.

En la Comunitat Valenciana (en el resto del territorio nacional desconozco la situación), nuestros dependientes siguen esperando que se les lleguen las ayudas, prometidas hace tanto tiempo por el ejecutivo y que todavía están en el aire, o sólo solventadas de manera parcial, a parches, como es costumbre en nuestro adorado país, donde los que tienen que hacer algo no lo hacen. Pero el mundial es nuestro, y que conste que me alegro, aunque me indigna que incluso un cefalópodo descerebrado tenga más crédito entre la población que la funesta subida del IVA, que tantos puestos de trabajo más nos va a costar, o el índice de criminalidad, directamente relacionado con la inmigración ilegal descontrolada.

Al grito de "todos con la roja", hemos sido capaces de ir todos a una: en la alegría y emoción que el acontecimiento merece, se han visto unidos pueblos que parecían estar más a favor de la ruptura total de la nación. Hemos entonado el "yo soy, español, español" hasta en el rincón más apartado de la península y archipiélagos, y yo, como español que soy, me siento orgulloso de ello. La vena patriótica se ha convertido ahora en arteria, vertebradora de una nación que hasta ayer estaba dividida, y que mañana, desgraciadamente, una vez pase el fervor de la ansiada victoria, volverá a estar dividida.

Pero cuando el grito se alza desde la garganta de los más desfavorecidos, gente que no tiene un puesto de empleo ni atisba la posibilidad de conseguirlo dada la terrible situación del mercado laboral, o que tienen que asistir a comedores de beneficencia, que han sido expulsados de sus hogares por no poder pagar la hipoteca, y así un largo etcétera, entonces es cuando no nos sentimos capaces de unirnos. Y es entonces cuando realmente es necesario ir todos a una, cuando le fallamos a nuestro pueblo y volvemos a dejar en manos de los de siempre nuestro futuro, consiguiendo así poco más que ser dirigidos como corderitos... al matadero.

¿De qué nos sirve nuestro patriotismo si no lo usamos cuando es necesario? ¿Es demasiado esperar por mi parte y por parte de mi pueblo una reacción apropiada al problema que nos está llevando a todos a la quiebra? España no ha llegado donde está gracias a los pelagatos que nos gobienan: llegó a ser un imperio que se forjó sobre la voluntad y capacidad de sacrificio de las gentes que lo componen, y en esas manos está el valor de enfrentar las adversidades, pues muchas son las tareas pendientes que nos quedan por arreglar y nos dividen, pero debemos no obstante unirnos e ir juntos hacia un futuro más grande si cabe, más glorioso, aunque no volvamos a ganar otro mundial en la vida.

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